Cesteiros, antes Amargura
¡Ay, qué bella la calle de la Amargura, la más pintoresca de Vigo, que también fue de Emilio Rubín pero todos llaman de los Cesteiros! Yo me imagino allí hace 30 ó 40 años al maestro Pedro Díaz contándole a escolares las historias de la calle en una de sus visitas guiadas por el barrio viejo, quizás las primeras de la historia de Vigo. Según vecinos tan viejos que ya están en los cielos el nombre de Amargura tiene su lejano origen en que de esta rúa torticera salía la Virgen de tal nombre en dirección a la Plaza de la Constitución para encontrarse con el Nazareno en el tradicional Sermón del Encuentro. Ya nada de esa tradición se respeta desde que dejamos a Dios por los grandes almacenes.
Si vais a los archivos hallaréis que, aún antes de ser calle de gremio cestero, se dice que en este cordón umbilical entre la Constitución y la plaza de Almeida hubo botica famosa y renombrada confitería, además de artesanos entre los que destacaba un napolitano de oficio calderero que con sus golpes de martillo no dejaba a nadie “sano de la cabeza”, y que podemos imaginar cantando “Torna Sorrento” o “Santa Lucía”.
Pero no hace falta ir tan atrás porque uno aún recuerda de su infancia a una mujer inmensa que recibía de luto riguroso en la parte baja de la calle, viuda de la Guerra Civil que acabó en esas tristes lides pero que era una señora puta de las de antes, toda una madraza aunque sin hijos y devota del Santo Cristo. Y por allí, en el portal contiguo, andaba aún en los años 50 del pasado siglo “el judío”, que vendía de todo aunque más que nada de estraperlo en aquellos tiempos autárquicos del franquismo inicial y del racionamiento posbélico en que hasta un café o unas medias tenían que ser de contrabando. Si en la parte inferior de la calle recibía una honesta meretriz, en la superior había casa de citas con madama también viuda, de la que se decía que más de una vez el marido, en espíritu, se había presentado para recriminar a la clientela. Cierto o no lo del espíritu, lo que es verdad es que los clientes se surtían de preservativos en la cercana farmacia de Luca de Tena. Como los “chuvasqueiros do pito” eran entonces pecado, tenían su código lingüístico para pedirlos al mancebo: “Déme una aspirina desas do caixón de abaixo”.
Texto: Fernando Franco
Fotografía: Javier Teniente