Calle Anguía
Pocas calles tan “mariñeiras” como la “Anguía”, que busca a la Real desde Pescadores. Si ves desde arriba el trazado de esta calle te das cuenta de que la vieja ciudad de Vigo es muy gustosa por las esquinas.
Pocas calles tan “mariñeiras” como la “Anguía”, que busca a la Real desde Pescadores. Si ves desde arriba el trazado de esta calle te das cuenta de que la vieja ciudad de Vigo es muy gustosa por las esquinas.
¿Quién podía suponer hace solo un puñado de años que la rehabilitación de la Subida ao Castelo, y su extensión hacia la calle Hortas iba a descubrir calles tan pintorescas?
Sigue siendo a estas alturas de 2015 la recuperación arquitectónica y habitacional del Berbés un reto pendiente, resuelto solo en gran parte aunque contemplada con ilusión en su totalidad.
Conocí ya en horas bajas por la edad, cuando un infarto cerebral le obstaculizaba el habla, a Pedro Díaz, autor entre otros libros de “La caracola de piedra”, un clásico que te aproxima con el corazón a la vida y obra del Vigo Vello.
Si tú visitaras la Praza da Constitución hace solo 15 años nada apenas verías de la explosión actual de terrazas, que casi devoran el camino al paseante.
¡Qué bella esta plazuela! No hace falta mucha imaginación para retrotraerse en el tiempo y situarse en lo que sería el Vigo de hace 300 o 400 años cuando entras en la recoleta Praza dos Pescadores.
Son los arquitectos del plan de rehabilitación del Casco Vello vigués. Los edificios también tienen alma, a veces deteriorada por el tiempo, y es entonces cuando a los médicos gerontológicos dispuestos a rehabilitarla los llaman arquitectos.
Ella dice que no es de ninguna parte pero lo cierto es que salió un día de Toledo, donde no cumplió más de 17 años, para recorrer los mercados de España con su alma artesana.
Gabriel García Márquez escribió “Memorias de mis putas tristes”, Yasunari Kawabata “La casa de las bellas dormidas”, Fernández de Moratín “El arte de las putas”… mucho se ha escrito sobre este duro oficio de tapadas aunque está por escribir una crónica sobre la ocupación cultural de las casas de lenocinio, holganza y malvivir
Uno de los que apostó por el barrio de la Herrería y su calle Hortas es el funcionario Jorge Casal, que habita un ático por el que entra toda la ría y hace aguas la mirada.
En la terapia Gestalt hay una técnica psicológica que se llama “de la silla vacía” pero esta es más bien una banqueta prostibularia que se ve hace años en Abeleira Menéndez y que pudiera ser un símbolo de un tiempo que se va irremisiblemente: el de la prostitución en el barrio de la Herrería.
Antes la calle Hortas, Huertas para los nativos de la Herrería al menos durante la mitad del siglo pasado porque era más cristiano a la castellana, era inhóspita y misérrima.
Picasso pintó a la mujer con palomas. En el barrio viejo vigués hay al menos dos mujeres de los gatos, por ponerle un título literario a su devoción animalista, y una mujer de las palomas que no tiene quien la pinte.
Suelos de “xabres” estables y drenantes se mezclaban con zonas toscamente empedradas, una topografía que propiciaba gradas y podiums al descender hacia el mar. Eso era aquella Praza da Pedra que conocieron nuestros ancestros, donde en la lejana Edad Media se reunían gremios y regidores a tomar decisiones con la ría como paisaje de fondo.
En tiempos se llamaba calle de la Amargura vaya usted a saber porqué, y dicen que también fue General Rubín aunque por fin quedaría como Cesteiros porque desde principios del siglo XX acogió al último gremio histórico de la ciudad: el de cesteros.