El (ex) camposanto con menos paz

Se acaban de cumplir 120 años de la inauguración del cementerio de Pereiró, el más importante de los camposantos de Vigo. Construido como respuesta a las pésimas condiciones sanitarias del anterior recinto funerario, el de Picacho, situado en la zona de Beiramar, su funcionalidad y la monumentalidad de muchos de sus panteones nos pueden hacer olvidar que, antes de la gran expansión decimonónica de la ciudad, los difuntos vigueses debían ser enterrados en algún sitio y que este estaba situado, ni más ni menos, que en el mismo centro del Casco Vello: en el entorno de lo que hoy es la Concatedral.

Y casi  mejor así, porque a poco aprensivo que se sea, a muchos de los que hoy pasean, se citan o incluso “picotean” en la explanada situada en la entrada de Santa María se les podría caer el alma a los pies –o la copa de la mano en el caso de los menos espirituales- si fueran conscientes de que están cuasi remedando a diario el éxito de Siniestro Total y cuasi bailando sobre las tumbas de sus vecinales ancestros.  Afortunadamente la buena relación que la cultura celta ha fomentado siempre entre este y el otro mundo parece haber servido para evitar las quejas de los que ocuparon antes este territorio con la esperanza del descanso eterno  y, a pesar del continuo trasiego,  no hay constancia en la zona de puertas que se abran o cierren solas, ruidos de cadenas o desfiles de  sábanas blancas que decidan darse una vuelta por su cuenta. Una prueba más del carácter pacífico de los gallegos, incluso los del más allá: ¡Por mucho menos de lo que pasa en la Concatedral  en California te montan un Poltersgeist¡

 

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